Un metro de distancia y, a ser posible, dos. Eso marcan los protocolos de seguridad. Un metro es realmente poco, y más si queremos mantenernos a salvo del peligro invisible. Pero no nos engañemos: un metro, en realidad, es una distancia abismal. No podemos tocarnos, abrazarnos, decirnos confidencias al oído, besarnos… Este tiempo tan extraño nos impone la separación, nos amputa el contacto con el otro y nos deja como huérfanos. Por eso, muchos de los que salen a sus ventanas y balcones estos días a aplaudir a quienes se están jugando la vida aprovechan esos minutos para vencer la distancia impuesta con un colectivo abrazo simbólico. Añoramos a los otros porque, aunque la sociedad nos está convirtiendo en lobos esteparios, cada uno aislado en su madriguera, somos animales de compañía. Yo hace ya tiempo, bastante más que el que durará esta pesadilla, que os echo de menos a muchos de vosotros. Compartimos experiencias inolvidables hasta que la vida nos fue imponiendo ese maldito metro de distancia, a cada uno en un momento distinto. Por eso, estos días, cuando me veáis salir a aplaudir, aprovecharé que nadie mira para daros un abrazo. Si os aprieto mucho, me vais a perdonar. Es la falta de costumbre.

Foto: Gervasio Sánchez ©
Jaja. Cuidaos 😘
Me gustaMe gusta