«La ciudad que el diablo se llevó»

David Toscana ha escrito una larga carta de amor a la ciudad de Varsovia en la que él pasó unos años de su vida. Pero la ciudad y las gentes que este maestro mexicano de la novela retrata son fantasmas rescatados del pasado, de esa encrucijada entre el exterminio nazi y la invasión del Ejército Rojo en la que los cementerios se convirtieron en los barrios más superpoblados. Sí, Varsovia fue la ciudad que el diablo se llevó.

«Canta, oh novelista, la novela de una ciudad que se esfumó; canta a las mujeres que no volvieron, a los hombres que murieron. Escribe unas líneas y haz sonar en tus palabras el llanto y el viento, la risa y el tiempo y el amor. Cántale a Varsovia, amigo mío, la ciudad que el diablo se llevó. Al valor de sus hombres que de nada nos sirvió. Pon aquí y allá unas líneas igual que versos a esos seres perversos de fusil en mano y alma en ceros. Canta a aquella ciudad que se llamaba Varsovia para que nadie la olvide y canta también a esta otra con otra gente, sin sabor, sin valor y sin historia que vino a robarle el bello nombre de Varsovia.
Bendito seas novelista, se dijo a sí mismo. Tuyo es el reino. «

Recorremos las páginas de esta novela, que te atrapa desde la primera línea y que te arrastra como la corriente del Vístula, de la mano de cuatro personajes quijotescos, carne de superviviente, almas que vagan en pena tras escapar de un pelotón de fusilamiento y que celebran, con litros y litros de vodka, la dicha de sentirse vivos entre tanta desolación.

«De aquellos que bajaron a punta de pistola de los tranvías, quedaban cuatro.
Entre millones y millones de cadáveres, quedaban cuatro.
Habían sobrevivido a una ejecución, a bombardeos. Guerra, epidemias y prisión. A la viruela. Al correr de los tranvías. A las espinas de pescado. A las balas perdidas. Al paso de los años. A la mano de dios y los caprichos del diablo. A los maridos celosos. A las amantes burladas. A las aguas del Vístula. Al alcohol adulterado. A las corrientes eléctricas. A la pulmonía. A las tentaciones del suicidio. A que los confundieran con judíos. Al tétanos y a la meningitis. A la próstata y a los asesinos. Habían sobrevivido a la ciudad capital de la muerte. «

Y pese a tanta calamidad, late con fuerza la vida. El amor que une a los vivos y a los muertos sin distinción. El sentido del humor, también en la mejor tradición quijotesca entre lo surrealista y lo escatológico. Y por encima de todo, el poder de la palabra («Siempre las palabras tendrán más fuerza que las balas»), la magia de contar historias sin la que muchos personajes de esta grandiosa novela no sabrían cómo sobrevivir. Como también nos sucede a nosotros.

«Ahora Feliks lo tenía claro. La muerte le había llegado a Olga sin sorpresas, a mediados del cuento de las calabazas misteriosas. Estaban uno junto al otro en el sofá. Justo cuando la duquesa hacía un hueco en una calabaza para guardar su collar de perlas. Olga cerró el libro. Esto ya lo leímos. Es distinto a la vez anterior, dijo Feliks. Ahora los cabellos de la duquesa son castaños, el collar tiene perlas gordas, veintidós en total, la calabaza es perfectamente redonda y por el cielo va pasando una parvada de cigüeñas rumbo al sur porque es otoño. Olga le extendió el libro. Aquí no hay nada de eso. Feliks no miró el libro sino los ojos de su mujer. Ahí era donde no había nada de eso».

Maravillosa lección para los tiempos que nos ha tocado vivir. No perdamos la magia de la imaginación y el placer de contar y escuchar historias. Lean a Toscana -yo estaba deseando hacerlo desde que Eduardo Ruiz Sosa lo citó como uno de sus maestros-, su libro está lleno de todo eso. De dolor y de risa.

Pdt: Candaya empieza con esta novela un proyecto soñado, editar la biblioteca David Toscana.

Barcelona, 9 de diciembre fel 2020.

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